La semana política ha venido marcada por dos grandes cuestiones. Una, el serial de Gara, que sigue revelando la amplitud, la profundidad y la intensidad de las relaciones existentes entre el Gobierno de Rodríguez Zapatero y los etarras. Otra, la presencia y la actitud del mismo gobierno en el Consejo Europeo que pretende decidir el futuro Tratado de la Unión y por tanto la importancia de cada uno de los países en las instituciones europeas.
En cuanto a lo último, si a Rodríguez Zapatero le quedara un ápice de dignidad como español, es obvio que estaría peleando con los polacos por conseguir una mayor cuota de poder para los países de tamaño medio, como Polonia y España. No es así. Los socialistas, y en particular Rodríguez Zapatero, no soportan la idea de aliarse con lo que deben considerar despreciables ultraderechistas, como son los hermanos Kaczyński. Gentuza sin clase. Pero hay algo más que sectarismo ideológico y pijoprogresismo. Es la actitud de reverencia rendida de Zapatero y su gobierno ante los intereses de Francia y Alemania.
En la sumisión se adivina el pavor a contradecir a los amos. De hecho, a Rodríguez Zapatero lo han utilizado para que haga una parte del trabajo sucio en Polonia y ahora para que aplauda intereses contrarios a los de los españoles.
En cuanto a los etarras, ocurre algo parecido, aunque con connotaciones más siniestras. Rodríguez Zapatero abandona cualquier defensa del bien común y de los intereses de la nación para prestar su voz a los etarras. Eso es lo que hizo al exponer como propia una declaración previamente pactada con los terroristas. Una banda terrorista domina ahora la política española. Y va soltando una narración compuesta de verdades y verdades a medias ante las que el gobierno de España está indefenso, sin capacidad de maniobra. Pero con gusto, se adivina. Otro amo al que rendir pleitesía.
En los dos casos debe de haber un proyecto que justifique, para Zapatero, esta clase de acciones. En cuanto a Europa, se trata probablemente de seguir punto por punto la línea contraria a la mantenida por Aznar. En el segundo, se intenta derrotar para siempre a la derecha mediante una refundación de España que respalde la violencia política como instrumento legítimo.
Pero en el fondo de los dos asuntos late un masoquismo muy particular. Rodríguez Zapatero, como en general los progresistas españoles, tiene cuentas que saldar con su propio pasado. El acoso a la derecha es el signo principal de esta patología. Al parecer, resulta imposible de aliviar como no sea a costa de los intereses de España, o destrozando la convivencia pacífica y libre entre españoles. ¿Qué problema personal intentan resolver con este odio a su país? ¿Qué figura paterna se está buscando destruir con esta interminable sumisión a todo lo que sea contrario a España?
Por cierto que la oposición no tiene por qué postularse de médico o sanador del enfermo. Más bien está en la obligación de quitarnos de encima esta pesadilla.